Aquí lo dejo:
EL LIBRO
Escribo
estas líneas en un intento desesperado por salvar mi vida espero que, de alguna
extraña manera, se transfieran al papel del libro que lee mi posible salvador.
A ti me dirijo, a ti que tienes la facultad de sacarme de aquí.
No soy parte de esta historia, no soy ningún personaje creado en
la mente del escritor. Yo solo estaba leyendo el mismo cuento que tú…
Recuerdo
que leía y me quedé dormida. Fue por la almohada nueva: una almohada suave,
esponjosa, prometedora de descanso, invitadora al sueño.
Desperté
en una cama que no era la mía, dentro de un cuerpo extraño y en los brazos de
un desconocido que me miraba con honda preocupación.
Intenté
levantarme y pedir una explicación de lo sucedido pero me sentí muy agotada, un
quejido lastimero salió de mi boca y el desconocido se levantó, solícito me
trajo agua y medicina. Entonces lo reconocí: era un poco más alto y no tan
guapo como lo imaginé, pero su impasible semblante era inconfundible. Me
descubrí dentro de la historia que, hacía unas horas, leía en la tranquilidad
de mi hogar…
Fabio
cerró el libro desconcertado y decepcionado. Lo aventó a la cama y bajó a
jugar.
-¿Ya hiciste tu tarea? –preguntó su
mamá.
-No, no la puedo terminar, el libro
que trajiste no funciona, vas a tener que comprarme uno nuevo.
-¿Cómo que no funciona? ¿Le faltan
hojas?
-Al contrario, le sobran. Se mezcla
con otra historia. Ya no compres en la librería de usados mamá. ¿Puedo ir a
jugar al parque? Es viernes, mañana termino la tarea.
-No llegues tarde.
Marisela
cerró la puerta y se dirigió a la recámara de su hijo. Tomó el libro que estaba
sobre la cama, se recostó en ella y leyó:
… no sé desde cuando estoy atrapada,
el tiempo es diferente aquí adentro, la historia se repite, agonizo y muero a
cada instante. Quiero salir de aquí, quiero recuperar mi vida, si sabes cómo
hacerlo, ayúdame.
Marisela sintió que sus
ojos se cerraban, tenía que levantarse, ir a la librería de usados y cambiar el
libro, su hijo tenía razón, había un error de impresión, solo dormiría un
momento.
Escuchó que alguien
abría la puerta, pensó en su hijo y en el libro que no había cambiado, intentó
levantarse pero fue en vano. Se sentía débil, agotada. Las voces lejanas
susurraban algo sobre su enfermedad y le ordenaban descansar. Trató de
responder pero no pudo emitir ningún sonido, bien, cerraría los ojos un momento.
Fabio
llegó a su casa, entró a la cocina buscando algo para cenar y, en lugar de ver
a su madre, se encontró con una joven delgada y demacrada que observaba cómo
el fuego consumía el libro que la había mantenido presa durante
sesenta años.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario